Seguramente uno de estos días vas a cruzarte en mi camino. Quizás sea mi son risa, mis ojos, o cualquier otra cosa lo que te atraiga. Y, así, accidentalmente, vas a llegar.
Vas a llegar cargada de temores, de desconfianzas, encerrada entre las murallas que fuiste construyendo para defenderte de los embates de la vida.
Vas a llegar con ilusiones, con los pocos o muchos sueños que todavía conservas (sueños que valientemente supiste disputarle al tiempo, empeñado en volverte adulta), con las ansias de encontrar seguridad y protección. Pero estarás a la defensiva: las "leyes del juego" imponen esa condición.
Te mostrarás segura, simpática, suficiente, amable. Habrás de resaltar muchas de tus cualidaddes de mostrarme una imagen casi periférica de tu persona: aquella que no te comprometa, la del hermoso envase de lujo. Pero, ¿Serás capaz de abrir tus murallas y dejarme pasar? ¿Me dejarás conocerte en profundidad? Porque es imposible amar lo que previamente no se conoce a fondo...
Ese será tu gran dilema, la opción, la alternativa: abrirse totalmente o quedarse a la mitad de camino, recorriendo los lugares comunes de toda relación intrascendente. El riesgo de mostrarse totalmente y luego, quizás ser defraudada o no serlo pero porque uno no se animó a la aventura.
En ese estrecho márgen nos movemos nosotros. El miedo de ser, de abrirse al otro, de llegar hasta el final nos inmoviliza, nos impide el amor. Tenemos miedo de sufrir y nos prometimos no ser tan accesibles, tan endebles. Nos hicimos fuertes artificalmente para no volver a sufrir. Pero habría que preguntarse: ¿No estamos pagando un precio demasiado alto? ¿No se nos habrá escapado la felicidad en alguna de esas relaciones que nosotros mismos obligamos a ser superficiales, inocuas e intrascendentes?
Seguramente nos sentimos solos. No sufrimos, es cierto, pero nos sentimos solos porque algunas compañías, paradójicamente, solo suman más soledad...
Vas a llegar, entonces, de esa manera. Con algunas ausencias (esas dolorosas enfermedades del alma) que te pesan, que te han marcado.
Que ya son parte de vos misma. Que te duelen, a veces, cuando le das rienda suelta a los recuerdos y te recorre la boca un gusto amargo.
Esas ausencias, que te ponen triste cuando nadie te ve, que son muy tuyas, con seguridad adolescente, son la evidencia de que has vivido. Y, si bien te molesta un poco su inseparable compañía, deberías reconocer que hoy hay un vacío grande es porque ayer hubo allí una presencia muy grande.
Vas a llegar y yo te estaré esperando. Ya sabré, como lo ves, tu manera de llegar. Conozco perfectamente tus miedos, tus temores, la luz intensa entre querer y ser y animarse a ser. Conozco también, perfectamente, la dimensión de tus murallas (generalmente muy altas y casi inexpugnables). Sé muy bien que lo primero que vas a querer dilucidar es, como dicen siempre los grandes, "si te tomo en serio o si te tomo en broma"...
Y sé todas esas cosas porque a mi me aquejan los mismos miedos, las mismas ausencias; también he construido mis propias murallas. Tengo miedo, como vos, de que "me tomen en broma". De sufrir.
Pero soy consciente de que ese no es el camino.
Por eso, por todo lo que hablamos, te digo que cuando llegues voy a tratar de destrozar tus defensas, a riesgo de destruir también las mías. Quiero que si llegas, llegues hasta el fondo, con todo. Lo mismo, yo. Ta no quiero quedarme en relaciones triviales, sin mucho sentido, que el tiempo se lleva con el menor olvido, que la memoria casi no recuerda.
Voy a arriesgarme nuevamente, a pesar de que seas vos -es posible- quien habrá de defraudarme o me hará sufrir.
Y aunque no siempre, al final de esta senda está el amor, queda margen para la amistad, para el cariño, para la ternura.
Por todo esto, aunque no sé totalmente cómo sos, te hablo antes de que llegues. Sólo te pido que reveas tu actitud, que no te encierres, que me dejes llegar a vos profundamente, en esa maravillosa aventura que significa conocer al otro.
Sólo te pido ésto... que abras tus murallas y me dejes pasar.
Vas a llegar cargada de temores, de desconfianzas, encerrada entre las murallas que fuiste construyendo para defenderte de los embates de la vida.
Vas a llegar con ilusiones, con los pocos o muchos sueños que todavía conservas (sueños que valientemente supiste disputarle al tiempo, empeñado en volverte adulta), con las ansias de encontrar seguridad y protección. Pero estarás a la defensiva: las "leyes del juego" imponen esa condición.
Te mostrarás segura, simpática, suficiente, amable. Habrás de resaltar muchas de tus cualidaddes de mostrarme una imagen casi periférica de tu persona: aquella que no te comprometa, la del hermoso envase de lujo. Pero, ¿Serás capaz de abrir tus murallas y dejarme pasar? ¿Me dejarás conocerte en profundidad? Porque es imposible amar lo que previamente no se conoce a fondo...
Ese será tu gran dilema, la opción, la alternativa: abrirse totalmente o quedarse a la mitad de camino, recorriendo los lugares comunes de toda relación intrascendente. El riesgo de mostrarse totalmente y luego, quizás ser defraudada o no serlo pero porque uno no se animó a la aventura.
En ese estrecho márgen nos movemos nosotros. El miedo de ser, de abrirse al otro, de llegar hasta el final nos inmoviliza, nos impide el amor. Tenemos miedo de sufrir y nos prometimos no ser tan accesibles, tan endebles. Nos hicimos fuertes artificalmente para no volver a sufrir. Pero habría que preguntarse: ¿No estamos pagando un precio demasiado alto? ¿No se nos habrá escapado la felicidad en alguna de esas relaciones que nosotros mismos obligamos a ser superficiales, inocuas e intrascendentes?
Seguramente nos sentimos solos. No sufrimos, es cierto, pero nos sentimos solos porque algunas compañías, paradójicamente, solo suman más soledad...
Vas a llegar, entonces, de esa manera. Con algunas ausencias (esas dolorosas enfermedades del alma) que te pesan, que te han marcado.
Que ya son parte de vos misma. Que te duelen, a veces, cuando le das rienda suelta a los recuerdos y te recorre la boca un gusto amargo.
Esas ausencias, que te ponen triste cuando nadie te ve, que son muy tuyas, con seguridad adolescente, son la evidencia de que has vivido. Y, si bien te molesta un poco su inseparable compañía, deberías reconocer que hoy hay un vacío grande es porque ayer hubo allí una presencia muy grande.
Vas a llegar y yo te estaré esperando. Ya sabré, como lo ves, tu manera de llegar. Conozco perfectamente tus miedos, tus temores, la luz intensa entre querer y ser y animarse a ser. Conozco también, perfectamente, la dimensión de tus murallas (generalmente muy altas y casi inexpugnables). Sé muy bien que lo primero que vas a querer dilucidar es, como dicen siempre los grandes, "si te tomo en serio o si te tomo en broma"...
Y sé todas esas cosas porque a mi me aquejan los mismos miedos, las mismas ausencias; también he construido mis propias murallas. Tengo miedo, como vos, de que "me tomen en broma". De sufrir.
Pero soy consciente de que ese no es el camino.
Por eso, por todo lo que hablamos, te digo que cuando llegues voy a tratar de destrozar tus defensas, a riesgo de destruir también las mías. Quiero que si llegas, llegues hasta el fondo, con todo. Lo mismo, yo. Ta no quiero quedarme en relaciones triviales, sin mucho sentido, que el tiempo se lleva con el menor olvido, que la memoria casi no recuerda.
Voy a arriesgarme nuevamente, a pesar de que seas vos -es posible- quien habrá de defraudarme o me hará sufrir.
Y aunque no siempre, al final de esta senda está el amor, queda margen para la amistad, para el cariño, para la ternura.
Por todo esto, aunque no sé totalmente cómo sos, te hablo antes de que llegues. Sólo te pido que reveas tu actitud, que no te encierres, que me dejes llegar a vos profundamente, en esa maravillosa aventura que significa conocer al otro.
Sólo te pido ésto... que abras tus murallas y me dejes pasar.
1 comentario:
Tengo el terrible problema de que creo haber comentado y no lo hice.
Lo importante, Negro, es que esperes, no? Sin las expectativas, no tendría sentido el día a día, pienso yo.
Hermoso Daniel, hermoso :)
Publicar un comentario